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La homosexualidad machista: orgullo y prejuicio | Nínive Alonso. Filósofa

NÍNIVE ALONSO. ABOGADA, FILÓSOFA Y TERAPEUTA ESPAÑOLA


Artículo publicado en los diarios EL COMERCIO y LA VOZ DE AVILÉS, (02/07/20)



La reciente confesión de homosexualidad de un personaje de repercusión mediática internacional ha reabierto el debate sobre si la condición sexual debe ser reivindicada y expuesta o, por el contrario, permanecer con discreción en la esfera íntima.


El debate sería interesantísimo si, de veras, se profundizase y se discutiese de forma democrática sin miedo a represalias de progres por un lado y reaccionarios por otro.


Mi lugar es más propio del escepticismo filosófico en el que, los de un lado no me convencen y los del otro me hacen sospechar, de modo que trataré al menos de abrir un par de líneas que, a mi juicio se están ignorando: orgullo y prejuicio.


Comenzaré con el prejuicio, efectivamente la decisión homoerótica u homosexual no nos es ni ajena, ni diversa a aquellos que amamos los clásicos griegos, basta con leer El Banquete del divino Platón para darse cuenta de la grandeza del amor como desafío y mejora del individuo y como extra, si cabe, de su propia existencia espiritual.


El mito que conocemos como el de las almas gemelas proviene de la intervención del personaje de Aristófanes en este bello diálogo platónico y recalca, a diferencia de nuestro mito actual, la indiferencia de que la búsqueda de nuestra otra mitad o alma gemela sea mujer u hombre; dice, específicamente, que aquellos seres redondos y perfectos que eran de sexo masculino y que fueron divididos por los dioses ,por miedo éstos a ser superados, serán dos mitades varones que se buscarán incansablemente para unirse de nuevo (homosexualidad masculina) y así como dos féminas (homosexualidad femenina) y aquellos seres andróginos divididos darán lugar a la búsqueda de una mujer por un varón, o viceversa (heterosexualidad).


Con ello quiero decir, que el prejuicio hacia la homosexualidad es más propio de la ignorancia y el desconocimiento que de una posición culta, viajada y abierta, pero esto no es óbice para saber que el prejuicio surge, así mismo, en los grupos cerrados homosexuales que mayoritariamente masculinos, difícilmente dejan entrar en su seno la heterosexualidad y donde la homosexualidad femenina está en desigualdad.


Hay numerosos guetos homosexuales que, además de realizar las mismas críticas a la heterosexualidad, mofas, chistes y desprecios impiden la entrada libre, empática y comprensiva de los que no son como ellos, es decir pecan en, no pocas ocasiones, de la heterofobia más o menos explícita.


Pero eso no queda ahí, existen y no solo en nuestro país, verdaderos lobbies homosexuales, grupos de poder económico y presión social que dominan ingentes cantidades de recursos materiales y humanos y deciden de modo igualmente dictatorial que los habituales grupos de fuerza patriarcal, quién entra y quién no en esos dominios.


La segunda línea, el orgullo, esa posición de vanagloriarse de una tendencia sexual y afectiva que, en principio se defiende para ser respetada pero que luego se impone para ser adorada, me recuerda, inexorablemente, la delgada línea entre la homosexualofilia y el machismo.


¡Sí señores! lo que más duele de este artículo es reconocer que las culturas más pro-homosexuales y homoeróticas de la historia, Grecia y Roma, fueron sociedades profundamente machistas, donde las mujeres eran alejadas, utilizadas tan sólo como madres (como ahora los vientres de alquiler) y sometidas a la violencia e ignominia.


La sociedad griega, por ejemplo, promovía la homosexualidad y el homoerotismo sobre el hermanamiento de “lo igual con lo igual” y “los mejores con los mejores”, de modo que el orgullo era la superioridad del varón y la homosexualidad el camino educativo y sistémico que aseguraba esa supremacía.


La Historia nos habla de la peligrosidad de esta idea y yo me pregunto, a bocajarro ¿en qué lugar de importancia quedamos las mujeres con este panorama?


Nínive Alonso Buznego


 
 
 

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