Cirugía, la belleza enjaulada | NÍNIVE ALONSO, Filósofa

NÍNIVE ALONSO. ABOGADA, FILÓSOFA Y TERAPEUTA ESPAÑOLA

Artículo publicado en el diario EL COMERCIO y LA VOZ DE AVILÉS (04/02/2019)

Ella trataba de sonreír pero le resultaba imposible, una leve mueca se asomaba entre unos labios excesivos, hinchados hasta el extremo donde la mucosidad rojiza dejaba de ser interna para revolverse hacia afuera; eran unos labios grumosos pintados con lipgloss extrabrillo que simulaba una boca entafarrada de grasa de tocino.

Su mirada tampoco podía inspirar poemas, era ojiplática y asiática al mismo tiempo, producto de los sucesivos liftings donde la piel se estiraba hacia atrás poniendo en guardia las sienes y dejando los ojos sin el abrigo natural de unos párpados que los abrazan a cada segundo para enjuagarlos.

La línea del pelo se retiraba hacia atrás, tan sólo un corte de flequillo podía disimular el nacimiento del cabello tres dedos más allá de lo natural; las pestañas eran postizas por supuesto; Pero no sólo eso, los pómulos sobresalían en exceso por los implantes, así que había decidido hacerse una nueva rinoplastia para adecuar la nariz al marco de la cara, ¡eso sí la embellecería!

Años atrás se había sentido mucho más segura aumentando los senos, siempre tuvo el pecho pequeño, pero ahora ¡por fin!, necesitaba una copa D, además su contorno estrechísimo conseguido a base de esfuerzo con dietas milagro y horas de gimnasio, le confería al pecho una mayor voluptuosidad, así que cuando ponía escote y apretaba debidamente el push up todo el mundo la miraba al canalillo, y eso la hacía sentir apetecible y deseada, al menos mientras duraba la mirada.

Sin embargo, los años no pasaban en balde, y aunque se sometía a intensos tratamientos de rejuvenecimiento facial, el cuello, las manos, los muslos, las rodillas… la delataban, y eso la entristecía enormemente. Esos pliegues destensados de piel que sigue mate por mucho que la hidrates con cremas de caviar y colágeno la atormentaban. Se ponía tul o encaje para tapar el descuelgue de los brazos en vestidos, doble media cristal para las piernas, ¿pero las manos?, ¡las manos! … eso era horrible… cuando un hombre la miraba a las manos en vez de al pecho se sentía aturdida, avergonzada y vieja.

Repetía una y otra vez aquello de “untarse de crema generosamente, enrollar las manos con film transparente para bocadillos y poner unos guantes de algodón durante toda la noche”, pero las arrugas como testigos privilegiados del paso de los años seguían allí, sobre los nudillos y entre las manchas marrones típicas.

Trataba de capturar la belleza pero todo en ella era falto de naturalidad, de verdad y de vida, y al menor descuido su autoestima se resquebrajaba tan profundamente que sólo las compras en tiendas caras, las joyas y una nueva cirugía o una inyección de bótox podían devolverle de nuevo, aunque fuese por un mes, la sonrisa, o mejor dicho … lo que quedaba de su sonrisa.

Visto desde fuera, la toxina botulínica, esa bacteria que se inyecta para, literalmente, hacer un parálisis de la piel, unido a todas las posibles cirugías plástico estéticas que se llevan a cabo en los cuerpos acababa produciendo un efecto muy parecido al de un taxidermista, un disecador de animales, pretenden transmitir belleza con sus “obras”, adecuan el proceso para que la piel del animal esté tersa: el remojo, el piquelado y el curtido final, se trata el brillo del pelo y el color, pero al final … son animales muertos y no pueden trasmitir ni vida, ni animalidad , ni belleza porque tan solo son pieles sobre una escultura de poliuretano.

La cirugía puede darnos la perfección en los primeros retoques o el esperpento en los subsiguientes, puede darnos una alegría puntual, pero lo que no puede es solidificar la felicidad. La Felicidad sólida no le compete, tan sólo le interesa la satisfacción efímera, porque su objetivo no es otro que el negocio construido sobre el maltrato continuado al cuerpo, lesionando su elasticidad, su proceso de envejecimiento natural, su sensibilidad, y su belleza natural. El cirujano que reopera una y otra vez a la misma persona, sutura sobre sutura, retoque sobre retoque, anestesia tras anestesia prometiendo que esta vez sí será bella, sí estará perfecta, sí estará joven, trabaja como trabaja un taxidermista con la cosificación de las vidas.

Las promesas de la cirugía estética como el antídoto contra los complejos, como la panacea de los males y el símbolo de la belleza son falsas porque no hay eliminación del complejo cuando el problema está en el interior, en el alma y porque no hay belleza en la momificación progresiva de nuestras facciones, en la paulatina inexpresión de los ojos ni en la falta de sensibilidad corporal. No hay belleza en la taxidermia humana.

Aquella mujer trataba de arreglar con la cirugía del cuerpo el vacío del alma. Pienso que, en el fondo, trataba de recordarse a sí misma que existía y de ¡gritarle a los demás que existía! …

Se murió.

Tuve la oportunidad de ver una fotografía suya de joven, que guapa era, pero sobre todo, que luz transmitía. Me di cuenta que todo este tiempo había tenido su propia belleza enjaulada. Me di cuenta. Y, por primera vez la vi.

Nínive Alonso Buznego

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NOTA TERAPÉUTICA

Este es un relato que resalta de una manera literaria y pedagógica los problemas de inseguridad física, complejos y baja autoestima que siguen padeciendo muchas personas aún sometiéndose a tratamientos u operaciones.

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