¿Encerrados? Filosofía para el confinamiento I Nínive Alonso. Filósofa
- Nínive Alonso
- 26 abr 2020
- 3 Min. de lectura
NÍNIVE ALONSO. ABOGADA, FILÓSOFA Y TERAPEUTA ESPAÑOLA
Artículo publicado en el diario EL COMERCIO ( 21/04/2020)
No andaré con rodeos y no comenzaré este artículo con un manido “quedateencasa”, un buenismo que rezume un positivismo naif, ni una posición pretendidamente eficaz, no soy políticamente correcta, quizá sea ese mi peor defecto social y mi mejor virtud filosófica.
De modo que diré que entiendo el drama que viven aquellos que enferman, aquellos que asisten a los que enferman y aquellos que ven morir en la distancia a sus seres queridos, pero iré directa al grano al considerar que no es menos drama para el hombre el estar privado de libertad, aunque sea por el bien de la sociedad.
El hombre nació para ser libre, con las implicaciones negativas que esto suponga, por ello las prisiones aunque prácticas y necesarias son inmorales, como lo son ciertas instituciones estatales y académicas, y no lo digo yo, basta con leer detenidamente la obra del filósofo Michel Foucault, “Vigilar y Castigar” (1975) para darse cuenta de lo que él denomina la “tecnología del castigo” y sus diversas formas modernas y endulzadas que someten al hombre a un control exhaustivo de su movilidad.
Esa tecnología del control no dista de las formas políticas varias, y por ello este tipo de lecturas están hoy de plena actualidad, estamos sometidos de modo constante al control estatal y mundial a través de nuestros dispositivos móviles, nuestros ordenadores y los mass media, eso en lo general. Pero esto se ve particularizado y tremendamente acentuado en el actual proceso obligado de confinamiento.
Sé que no queda bien decir que esta situación invade de modo central la libertad individual, que estoy nadando a contracorriente, pero el hecho es que la filosofía no nació para quedar bien, sino para hacer el trabajo sucio del análisis del mundo, diciendo, junto con el arte lo que otros no se atreven a decir aunque lo piensen: esto es, que no se sabe si será peor el remedio que la enfermedad, y si efectivamente ciertas medidas drásticas y terriblemente invasivas que se pretenden no sean excesivas para los resultados que dan.
Cada día y en cada país se dice una cosa, incluso se establecen posiciones contradictorias respecto de las medidas de confinamiento, de restricción de movilidad, de los EPIs, y de las vías de infección posible. Nos marean, nos confunden, nos atemorizan y sobre todo, no nos dicen la verdad.
Por ello, el individuo y su minúscula capacidad de defenderse frente a macropolíticas, macroeconomías, y decisiones de gran escala, solo tiene la herramienta y el poder de mantener su mente de la manera más filosófica posible, es decir clara, cultiva y leída, muy leída.
Estamos encerrados, secuestrados, y lo peor, es que las libertades que tardan años en conseguirse, pueden perderse en un segundo, y tristemente aquellos que parecen salvarnos, los gobiernos, pueden aprovechar este tipo de situaciones como nuestra pandemia, para recobrar dominios que había perdido.
Por ello, no podemos dejar que el miedo nos haga débiles, nos haga temerosos y nos domestique. Podemos acatar transitoriamente la normativa sanitaria, podemos ceder durante un tiempo de nuestro terreno, de nuestra individualidad, eso es civismo, es ciudadanía, es compañerismo, pero si aflojamos nuestra marcha libertaria una vez pase la epidemia, si nos acostumbramos a estar encerrados, secuestrados, si el miedo a morir, a enfermar, a que nos sancionen se apodera de nosotros, no podremos recuperar la fuerza individual más allá del tiempo de confinamiento, entonces no seremos ni cívicos, ni solidarios, ni buenos ciudadanos, seremos súbditos, esclavos.
No podemos olvidar que el hombre sólo está condenado a una cosa, como dijo el filósofo francés Jean-Paul Sartre, en su icónico “El existencialismo es un humanismo” (1946): El hombre está condenado a ser libre.
Nínive Alonso Buznego
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