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Matar en una sociedad sin culpa ni vergüenza| Nínive Alonso, abogada y filósofa

Artículo publicado en los diarios de prensa EL COMERCIO y LA VOZ DE AVILÉS, y el diario digital EL COMERCIO ON + (21/06/2021)





Por NÍNIVE ALONSO

ABOGADA Y FILÓSOFA PRÁCTICA



Décadas atrás, además del castigo penal propio del delito había dos elementos complementarios fundamentales que inhibían su comisión: la culpa y la vergüenza.


La "culpa" y la "vergüenza" son dos elementos psicosociológicos de gran poder para reprimir un acto de semejantes consecuencias personales y sociales.

Tristemente, hoy, esos elementos están en proceso de extinción. Veamos por qué.


La culpa -no entendida en términos jurídicos como imprudencia- sino en términos de carácter religioso se entiende como un sentimiento de haber caído en el pecado y apareja inexorablemente el arrepentimiento y la necesidad de perdón.


La culpa actúa primariamente como sensación profunda e íntima de auto-decepción.

Cuando esa decepción moral abre sus alas a la esfera social aparece la vergüenza por la comisión del delito.


La vergüenza, por tanto, sería el sentimiento de no estar a la altura, no haber obrado como los demás esperaban de nosotros, como la sociedad esperaba, como cabe esperar de alguien “normal”.

Aparece el sentimiento de inferioridad moral cuando nos enfrentamos a lo social y somos juzgados cotidianamente por ello. ¡Les hemos decepcionado!


¿Qué es lo que ocurre, por tanto, en la actualidad donde parece existir un cambio del registro homicida?


Ocurre que arrastramos una desertificación moral y que con el castigo penal únicamente no sirve, puesto que mucho salvan su culpa acogiéndose a ese propio castigo.

Es decir “se entregan” para que los castiguen y de ese modo sienten en su fuero interno que han calmado su conciencia.


O bien matan a su mujer, en los casos que vemos semanalmente, e inmediatamente se suicidan eliminando de un plumazo, esos dos elementos de castigo psicológico: la culpa – puesto que es imposible el remordimiento una vez muerto- y la vergüenza – puesto que lejos quedaron los tiempos de la Inquisición donde la vergüenza era transmitida a la familia e incluso heredada con el consiguiente castigo social.


¿Por qué se han extinguido estos dos inhibidores?


Respecto a la culpa, el problema deviene cuando el organigrama del castigo divino se viene abajo y saturados del dominio dictatorial de la religión, no admitimos un sostén ético-filosófico que lo sustituya, o si lo admitimos es de modo laxo y tenue.

Ese sustito de la culpa religiosa sería para una sociedad pragmáticamente atea como la nuestra, el cargo o remordimiento de conciencia, por no haber estado a la altura de nuestros criterios éticos, donde hacer sufrir al otro, lesionar o acabar con la vida del otro, por mucha ira, rabia o sentimiento de fracaso que tengamos, es una línea roja que no se puede traspasar jamás, aunque no exista Dios.


El individualismo y cada cosmovisión particular han ido comiendo terreno a una ética generalizada donde haya unas normas morales para todos, y eso está de maravilla para libertades personales, pero socaba inexorablemente el canon ético y va introduciéndose la idea de que todo vale y en ese “todo vale” peligra la vida de los demás.


Respecto a la vergüenza, está en proceso de extinción por la normalización de las conductas de matar a través de dos vías poderosísimas: la ingente cantidad de películas con grados altos de violencia y modos psicopáticos puntillosos que abren canales mentales que debieran permanecer sellados

Así como la constante difusión de los asesinatos reales a través de la prensa normalizada y los telediarios, al alcance de cualquiera, sea o no menor de edad.


De modo que si todos los días ves como alguien mata a su ex mujer, esa conducta se normaliza.


Debiera actuarse en prensa y televisión como con los suicidios, sin difusión porque se banaliza, se contagia y se hace moda;


El contagio social es más fuerte que cualquier castigo penal.


□ Nínive Alonso Buznego


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