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Consumo ético de carne | NÍNIVE ALONSO, Filósofa y Abogada

Actualizado: 11 jul 2021

NÍNIVE ALONSO. ABOGADA Y FILÓSOFA PRÁCTICA ESPAÑOLA


Artículo publicado en el diario EL COMERCIO y LA VOZ DE AVILÉS (31/05/2019)


Insaciables carnívoros que comemos sin hambre, y aún así comemos el triple por si acaso.

Atracones de cachopos, escalopines al cabrales, ristras de chorizos y morcillas, que no falten las corderadas a la estaca, el cochinillo, los tortos de picadillo, el jabalí, el conejo al horno, los callos, las hamburguesas dobles y las parrilladas... y todo que sea doble, triple o mejor aún ¡que sea hasta hartarse! ¡A fartucar!


Esta podría ser una oferta cualquiera de una carta cualquiera porque es el panorama actual de nuestra sociedad: insaciables carnívoros que comemos sin hambre, y aún así comemos el triple por si acaso.


Esto no tendría ninguna repercusión más que nuestra propia e íntima salud -de la cual cada uno tiene a bien disponer como quiera- si no fuese porque entra en juego la esfera ética (o antiética) del trato animal.

La ética es la parte de la filosofía que estudia y analiza el bien y el mal, así como muestra el camino del recto proceder en la conducta humana.


La filosofía, máxime la filosofía terapéutica y la consejería filosófica, no tiene el objetivo de moralizar sin más, es decir no debe aplicar dogmas que hayan de seguirse sin ninguna justificación.


Esos sistemas dogmáticos son propios de las sectas y las religiones, y también, aunque más sutilmente, de las etiquetas sociales y de las modas a seguir, y ninguno de estos casos es el nuestro.


Si analizamos filosóficamente desde la disciplina ética de discernimiento entre lo que está bien hecho y lo que está mal hecho en términos no individuales ni de gusto propio, sino de mundo, veremos que:


El consumo de carne es excesivo, innecesario y producto de una visión tremendamente consumista de arrasar con todo en el menor tiempo posible, a expensas de que se vuelva a producir para volver a arrasarlo.

Si tuviésemos que enfocar el asunto en términos tradicionales diríamos sin equivocarnos que es la gula, en la actualidad, la que se lleva la palma, entre los pecados capitales.


Esa gula se construye, nos guste o no, sobre el sufrimiento de otros seres vivos, que hacemos nacer de modo compulsivo para comer más compulsivamente, si cabe. Y eso no puede quedar obnubilado por nuestras hipócritas formas de comprar y comer la carne.

Las palabras como matadero, matarife, matanza nos producen escalofríos, no queremos ver la sangre, ni las pinzas de electrocución, ni los cerdos abiertos en canal, ni queremos ver las minúsculas jaulas de gallinas ni las vacas encadenadas a los comederos, nos parece salvaje, inhumano, propio del Medioevo;


Queremos los filetes descontextualizados, la bandeja rosa con el film transparente y su pegatina blanca para decirnos a nosotros mismos que no ha ocurrido lo que sabemos: el sacrificio masivo de animales.


En definitiva, nos tapamos los ojos ante el sufrimiento animal de determinadas especies, nos auto-engañamos y seguimos viviendo, comiendo y “fartándonos” -hartándonos en asturiano- sin pensarlo, cuando eso nos sería imposible si lo hiciésemos con nuestros amados perros o gatos, a los que acariciamos. Es lo que llamamos especismo.

El especismo (del speciesism término acuñado por Richard D. Ryder) es la triquiñuela mental para justificar la práctica de arrasar con especies que consideramos inferiores, como las vacas, los cerdos y los pollos, borrando deliberadamente de nuestra mente lo que sabemos de sobra desde la investigación: que son tan inteligentes como otros animales, que además sienten y padecen, y lo más duro, que también les gustan las caricias.


Evidentemente, analizar desde la ética la utilización de animales para circo, feria, corridas, y otros juegos lúdicos sobre el sufrimiento animal, resulta innecesario, dada la clara cualidad de prescindible de tales prácticas, y no es objeto de este artículo, ni de cualquier otro que yo firme, pues la ponderación de los valores en juego es absurda pues sería algo así como:

¿es mejor divertirse con el sufrimiento de otros animales, o encontrar divertimentos diferentes sin el sufrimiento de otros animales?,


absurda por irracional y no debato sobre cosas irracionales, y sólo sería ética su erradicación y si no se hace tiene más que ver con el “panem et circenses” que con otras cosas.


Pero en lo tocante al comer, sí que es necesario hablar, pues es necesaria práctica y por ello debemos debatir al respecto, así como hacernos responsables de nuestros actos si verdaderamente queremos albergar buenos corazones en nosotros y no corazones de piedra.


Alguien podría señalarme como vegetariana o vegana, algo así como partidista de una idea o la otra, pero no soy partidaria de la ética que no se configura sobre el equilibrio general, e independientemente de que yo lleve veinte años sin comer apenas carne por decisión moral personal tomada a una edad demasiado temprana, creo que desde la visión filosófica lo adecuado es, como en todo, el término medio aristotélico.


Y ese término medio no se da ni en el veganismo radical ni en el vegetarianismo, ni desde luego en la posición diametralmente opuesta o antípoda del consumismo de carne excesivo.

La primera porque la demanda de productos veganos como la soja ha abierto un nicho de mercado que, literalmente, devasta la Amazonia para sus extensos cultivos y por ende toda la pluralidad selvática así como sus animales autóctonos son arrasados para que en el otro lado del mundo unos pocos se sientan bien moralmente creyendo que no hacen daño a animales ni que mueren por su culpa, siendo esto mentira.


La posición contraria, comer una ingente cantidad de carne, es desde luego flagrantemente antiética pues fomenta la hiper-explotación animal hasta los límites insospechados del sufrimiento.


Ni que decir tiene, de la antietica práctica de comer animales que apenas hayan superado la tierna edad del destete, ¿qué tiene eso de humano? Pregúntenselo, la próxima vez


Debemos rebajar esta ingesta de carne, creando el menor daño posible, equilibrando nuestra dieta y haciéndonos conscientes de las vidas que quitamos para alimentarnos.

Así como dar gracias por los víveres en la mesa, valorándonos debidamente, sin ser hipócritas, consumiendo carne, pero de modo responsable y ético.


○ Por Nínive Alonso Buznego.

Abogada, Filósofa y Philosophical counselor.

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Filosofía práctica 653 267 008

Ninivealonso@hotmail.com

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Abogada 625 31 95 92

ninivealonsoabogada@hotmail.com

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NOTA TERAPÉUTICA


Este es un artículo que resalta la importancia de la alimentación equilibrada y ética para encontrar el bienestar personal tanto mental como físico. Como ya establecian las antiguas escuelas filosofico terapéuticas del hedonismo epicureista.


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