Un huerto filosófico contra la depresión | Nínive Alonso, filósofa práctica
- Nínive Alonso
- 31 may 2021
- 3 Min. de lectura
Artículo publicado en La Nación (Ecuador) y en España (El Comercio y La voz de Avilés)
NÍNIVE ALONSO
Abogada, Filósofa y Philosophical counselor española
Seguramente se preguntarán cual es la diferencia entre un huerto normal y un huerto filosófico, y la verdad, es que nada y todo, pues lo que hace que un huerto se convierta en filosófico y tenga un poder terapéutico, no, es más, ni menos, que la mirada del espectador y el hacer del hacedor.
Lo que parece sencillo resulta un milagro si uno lo mira de la manera adecuada, es decir con asombro y agradecimiento y resulta vivificante si además de mirarlo uno ha trabajado en ello del modo adecuado: con disciplina, cariño e ilusión.
Si a estos ingredientes, que luego especificaré, le añadimos el sentido de vida, entonces habremos dado con un fármaco mucho más poderoso contra la depresión como afección-estado del alma, que cualquier pastilla de la industria farmacéutica.
Desde que mi compañero de profesión Lou Marinoff abriese una profunda crítica a los médicos y psiquiatras por su excesiva utilización de farmacología en los pacientes a lo que catalogaban de depresivos, en su best seller Más Platón y menos Prozac, numerosas investigaciones, no sólo filosóficas, han seguido el mismo camino crítico.
Si los antidepresivos proporcionasen la felicidad, los consumidores estarían más felices
Datos escalofriantes ponen en entredicho esta normalización de los antidepresivos y su constructo patologizante de los individuos y nos alumbran casi siempre en el mismo sentido lógico: si los antidepresivos proporcionasen felicidad, los consumidores estarían felices, sin embargo, la gran mayoría se muestran más activos, pero no más felices, de modo que la felicidad tiene que estar en otro lugar.
La depresión, ese concepto que utilizan otros profesionales, no deja de ser un estado parejo a la melancolía de la que ya hablaba Aristóteles, un estado de tristeza media o profunda, que se une a la desmotivación, la desgana, la falta de seguridad personal y sobre todo, la carencia de ilusiones y de sentido-propósito de la vida.
Elaborar un huerto como un propósito vital nos reportaría grandes beneficios antidepresivos:
El primero sería asumir una serie de obligaciones, que, aún no siendo horarios fijos e inamovibles, sí nos mantendrían activos de modo semanal y comprometidos con nuestra propia causa hortícola.
El segundo beneficio, es un beneficio a nuestra autoestima, es decir la percepción valorativa de nuestro auto-concepto, si somos capaces de hacer crecer una semilla, de sentirnos parte de un proceso natural y extraordinario, podremos comprender que siendo tenaces y realizando un trabajo paulatino y consciente podemos recolectar los frutos esperados.
(El tercer beneficio) Ni que decir tiene del beneficio alimentario, del ejercicio y activación realizada y aprendizaje y autosuficiencia ganada.
No es casual que uno de los filósofos más brillantes de toda la historia, Epicuro (s.IV a.c), fundase su escuela “El Jardín”, una de las escuelas terapéutico-filosóficas más influyentes de la antigüedad, alrededor, literal y simbólicamente de un huerto.
En el conocido “jardín”, había plantas florares, árboles frutales, verduras, y todo un proyecto hortícola como proyecto vital, que unido a los debidos estudios y reflexiones constituía el sentido de vida de aquellos que lo componían, un sentido del modo en el que les hablo hoy:
Si ha podido arar una tierra dura, puede sostenerse en pie a pesar de los sinsabores
Construya un huerto, o vuelva al suyo con este aprendizaje filosófico y piense que si ha podido arar una tierra dura que parecía inquebrantable puede sostenerse en pie a pesar de los sinsabores, a pesar de sus miedos, a pesar de las tristezas y a pesar de aquellos que parece que se han olvidado de su existencia.
Su huerto filosófico lo está esperando, su huerto lo necesita, porque es su espectador y su hacedor: Usted es importante.
Nínive Alonso Buznego
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