El éxito filosófico y feliz | Nínive Alonso, Abogada y Filósofa
- Nínive Alonso
- 28 feb 2021
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 16 mar 2021
NÍNIVE ALONSO. ABOGADA, FILÓSOFA Y PHILOSOPHICAL COUNSELOR ESPAÑOLA
Artículo publicado para el periódico LA NACIÓN -Ecuador- (22/02/2021)
Respice post te! Hominem te esse memento!
Mira tras de ti, recuerda que eres un hombre
(un siervo le decía al general victorioso del Triunfo en Roma)
El éxito, así como el triunfo, la fama o el reconocimiento social y la victoria son elementos de gran importancia para nuestra cultura occidental desde sus comienzos.
Estas situaciones individuales pero conferidas desde lo social a partir del mérito reconocido en una actividad eran, y son, necesarias, pretendidas y constitutivas de la grandeza de nuestra cultura y de lo que el ser humano llega a ser cuando saca lo mejor de sí mismo para lo público.
En la antigüedad por ejemplo, el trofeo de los Juegos -Pitios en Delfos, Ístmicos en Corinto y Olímpicos en Olimpia- fue un elemento importantísimo que equiparó, aunque no siempre fue así, a aristócratas y trabajadores, de modo que el éxito individual del deportista simbolizaba también un acto socio-político y ético.
Sin embargo, en las antípodas de nuestra cultura, en ese simbólico mundo oriental apenas se le confiere importancia a la fama y reconocimiento personal y eso nos muestra una forma diferente de bienestar alejada de la instantaneidad, lo efímero, y el triunfo individual.
Esa negación oriental al éxito y ese vaciamiento de “lo material” (kénosis) no es, tampoco, lo ideal pues conlleva el mantenimiento de un status quo, clasista y conformista que ni se rebela ni se lo plantea.
De modo que aún teniendo en cuenta esta cara opuesta oriental, para reflexionar sobre nuestras debilidades y nuestras exageraciones, debemos encontrar el término medio aristotélico entre lo que ellos “no son” – por defecto- y en lo que nosotros nos hemos convertido –por exceso-.
El éxito personal bien entendido, y la ambición -que no codicia- bien apuntalada moralmente, son beneficiosos, no sólo para el individuo, sino para la sociedad.
Es aquello que decía el filósofo Bernard de Chartres “Somos como enanos a hombres de gigantes” -erróneamente atribuida a Newton-
Esos gigantes, los grandes hombres de pensamiento y ciencia que no se conformaron con lo que había y movidos por la ambición de saber y conocer, por ansias de mejora, y por qué no decirlo, de éxito, crearon la historia de la humanidad de la que nosotros agradecidos o no, vamos a rebufo.
Nuestro deber para con ellos -los grandes hombres- no es la pleitesía, obediencia o devoción (actos propios de ovejas y rebaños acorralados por los perros de las iglesias varias) sino nuestro respeto profundo.
Y ese respeto, sería, como mínimo, preguntarnos antes de querer ser hombres y mujeres de éxito o fama: ¿qué cualidades tengo para ello?
Esa honestidad sería fundamental para no convertirnos en un muñeco roto de una sociedad donde “ser alguien” conlleva el “a cualquier precio”, una cáscara vacía y amarga que condenará inexorablemente al individuo a la infelicidad una vez se haya pasado la novedad, su punto alto o la moda y entre en el olvido.
Si nuestro éxito es falso, es decir, no aparejado de una aptitud real con trabajo, esfuerzo y mérito, así como autocrítica, asunción de nuestras flaquezas y nuestros peajes pagados, será un éxito inflado, irreal e inestable y estará pendiente del pinchazo como un globo.
Mi consejo filosófico es hacer un análisis objetivo sobre lo que somos y lo que va a hacernos felices de modo estable durante el mayor tiempo posible, sin renunciar a las ganas de superarnos y a la ambición buena por ser mejores.
Pero, eso sí, dotándolo siempre de formación y dedicación, de modo que podamos sostener los vaivenes, sinsabores, y micro-fracasos inexorables en el camino de la vida.
Desde esta visión filosófica el éxito estará asegurado: usted será feliz con lo que haya conseguido, y recordará que tan sólo es un hombre, y no un Dios.
Nínive Alonso Buznego
ninivealonso@hotmail.com
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