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Caso Hasél: ni telos, ni revolución | Nínive Alonso, Abogada y Filósofa


NÍNIVE ALONSO. ABOGADA, FILÓSOFA Y TERAPEUTA -PHILOSOPHICAL COUNSELOR- ESPAÑOLA


Artículo publicado en el diario EL COMERCIO (08 /03/21)




No hay revolución si no hay una Idea vehiculante que sostenga el movimiento revolucionario, un leitmotiv que se valga de una herramienta discursiva potente para conseguir un objetivo unívoco, ansiado, sentido y querido por todos.


El Caso Hasél, no cumple ninguno de estos requisitos, es irreflexivo, distónico, azaroso y un cajón de sastre de frustraciones varias que no tienen nada que ver con su discurso, lo que hace que este tema no pase de ser un panfletillo de medio pelo.

Si fuese por Pablo Hasél no dedicaría ni un solo artículo, a manifestarme a favor o en contra, me resulta un hombre de mal gusto, tan básico que aun me pregunto si se puede reflexionar sobre lo que nada significa.


Lo que sí es cierto que pasados los acontecimientos tan bochornosos y violentos de los últimos días relacionados con la figura del rapero preso y de la necesidad de reivindicar, de la peor manera posible, una libertad de expresión de ámbito muy laxo, delictiva a nivel jurídico y perjudicial a nivel ético, parece necesario argumentar sobre este tema.


Pues bien, como decía al principio, este caso resulta muy alejado de un movimiento revolucionario, de modo que queda desterrado el hecho de que se pretendiese cambiar algo con él, utilizando para ello, los disturbios de modo instrumental, es decir con un objetivo claro o propósito: el telos –τέλος- en filosofía.

Evidentemente, ninguna revolución se ha llevado a cabo de modo pacífico, como decían los históricos revolucionarios, “la revolución se hace con las armas”, y eso es incontestable, de modo que aún las evidentes repercusiones penales que esto pueda tener en un estado de derecho como el nuestro, efectivamente el revolucionario se arriesga jurídicamente con un propósito que el movimiento considera ético, loable y justo;


Y , en ese caso, la violencia debe utilizarse de modo instrumental, es decir mínimamente y siempre con un sentido direccional, para conseguir algo. Y ese “conseguir algo” es la idea filosófica sustrato y sostén del movimiento, sin la que nada es posible.


Pero la violencia que rodea al Caso Hasél no es instrumental ni direccional, es una violencia instintiva, anti-evolutiva, visceral, que no pretende conseguir nada excepto el desahogo individual de unas frustraciones mal gestionadas que estallarían con este pretexto o con otro completamente contrario.

Una necesidad de violencia en sí misma, como si nuestra sociedad hubiese vuelto a ese segundo estadio del que hablaba el antropólogo y abogado L.H. Morgan (s. XIX): tras el salvajismo y antes de la civilización: la barbarie.


Evidentemente no seré aquí intelectualista moral, y debo decir que la “civilización” aún regida por la razón, a diferencia de la barbarie, no nos asegura el buen proceder ético, no tenemos nada más que recordar Auschwitz-Birkenau.


Pero la barbarie y como ejemplo, los disturbios que hemos vivido estos días atrás, significan tanto como decir que no ha servido de nada toda nuestra evolución y la lucha por las verdaderas libertades.


Sin telos no hay revolución, sino masa exaltada y desnortada, gentes que no saben ni de dónde vienen ni a donde van, el sinsentido más absoluto que nada tiene que decir.

Así que reivindicar libertad de expresión cuando lo que se quiere decir es una sarta de expresiones de violencia verbal que destrozan la libertad necesaria del otro de ser, es reventar la alteridad, y demostrar un desprecio profundo por los que no son como uno.


El respeto por la otredad /diferencia, debería ser conditio sine qua non para la libertad de expresión.

Parafraseando a El último de la fila, “Si lo que vas a decir no es más bello que el silencio, no lo vayas a decir ”

Es decir, ¡cállate!


□Nínive A.B.


 
 
 

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